¿INFLACIÓN, O PRECIOS INFLADOS?
Por Ricardo Martín
La escuela monetarista, lo mismo que la más moderna corriente neoliberal, la del Consenso de Washington, presenta una explicación muy simple de la inflación, la cual repiten como un mantra muchos, demasiados, de los economistas que desfilan por nuestros medios de comunicación: la inflación se debe a que el Estado gasta mucho, y financia su déficit fiscal con emisión monetaria, haciendo que la cantidad de dinero en la economía crezca más que la cantidad de bienes y servicios disponibles, lo que produce los aumentos de precios, por exceso de demanda.
Esta explicación tiene la ventaja de ser tan simple que cualquiera puede entenderla; pero presenta el defecto de ser falsa.
El exceso de dinero en el mercado puede producir inflación, pero sólo si existe pleno empleo, es decir, si no hay capacidad instalada ociosa, y la fuerza de trabajo disponible se encuentra ocupada en su casi totalidad. Si, como ocurre hoy en Argentina, hay una alta desocupación de capacidad productiva y de trabajadores, una emisión adicional de dinero debiera generar un aumento de la producción, y no de los precios. Esto es Keynes, simplemente.
Es tan así que, desde que comenzó en 2018 el maridaje de Macri con el FMI, en Argentina hubo una emisión monetaria casi nula, junto con una alta capacidad productiva (de capital y trabajo) ociosa, no obstante lo cual, la inflación trepó a más del 47% en 2018, y al 53,8% en 2019 (desde el 31% del año 2017). En cambio, en 2020, debido a la pandemia, hubo una fuerte emisión monetaria, y sin embargo, la inflación de ese año descendió al 36,1%. Esta realidad derrota, por sí sola, la simplista teoría de que la inflación se debe a la emisión de dinero. Podrá alegarse que la demanda adicional creada por la emisión de 2020 tardó en presionar sobre los precios a raíz de la pandemia, pero no puede explicarse por qué la contracción monetaria de 2018 y 2019, lejos de reducir la inflación, permitió que se acelere.
La inflación que asoló a América Latina durante el siglo XX, y que aún hoy aflije a nuestro país, responde a otras causas, muy bien explicadas, desde hace más de 6 décadas, por la escuela estructuralista, cuyos máximos exponentes fueron economistas argentinos. La inflación es un fenómeno complejo, multicausal; no vamos a exponer aquí esa teoría, pero vamos sí a tratar de entender en base a sus categorías algunos aspectos de la inflación que hoy padecemos, desde nuestro modesto punto de vista, como aporte a una cuestión que es por demás polémica. Procuraremos explicar, aunque sea parcialmente, la aceleración inflacionaria de los últimos 4 meses: entre octubre 2020 y enero 2021, el IPC Nacional del INDEC midió una inflación del 15,9%, mientras que en los 4 meses anteriores (junio a septiembre 2020) había dado 9,9%, y en los 4 previos (febrero a mayo), 8,6%.
Una de las causas estructurales de inflación en economías como la nuestra son las modificaciones bruscas y amplias de los precios relativos: por ejemplo, la suba del dólar, de los combustibles, o de las tarifas –electricidad, gas, comunicaciones-, todas las cuales tuvieron un papel preponderante en las aceleraciones inflacionarias del período 2016-2019. Pero esas variables, en el lapso que estamos considerando (octubre 20 a enero 21), fueron más bien un motivo para ralentizar la inflación, no para acelerarla; porque el dólar que compone los costos de producción no se aceleró por sí mismo (aumentó a consecuencia de la inflación, y no la inflación a causa de él), los combustibles aumentaron menos que la inflación, y las tarifas ni se movieron. La única causa genuina que justifica cierta alza de precios es el aumento internacional de los comodities, particularmente el trigo, el maíz, y la soja, operado entre junio y septiembre de 2020. Ello explicaría aumentos en el pan, los farináceos, los aceites y las carnes, y sólo en la medida en que el valor a granel de esos comodities incida en los costos finales de tales productos; pero no justifica los aumentos en otros bienes. El resto del mundo sufrió los mismos incrementos en esos costos, pero en ningún país la inflación se aceleró como en el nuestro, en el cual la tasa prácticamente se duplicó. En EEUU, por ejemplo, la inflación entre octubre 20 y enero 21 fue de 0.5%, la mitad del 1% que arrojó en los 4 meses anteriores.
Entonces, si esa aceleración inflacionaria no puede explicarse en su esencia por los aumentos de costos: ¿qué la explicaría? Veamos algunas razones:
1) Las expectativas de inflación: en el primero de los 3 períodos de 4 meses considerados, el dólar paralelo, que no tiene incidencia real en los costos de los productos, tuvo un salto abrupto, del 60% en 4 meses. Eso generó expectativas de devaluación, y consecuentemente, de mayor inflación. Esas expectativas harían que los formadores de precios se anticipen a una supuesta inflación futura, adelantándola. Después, la devaluación esperada no se produjo, y el dólar paralelo bajó fuerte, pero los precios no volvieron al nivel anterior, y ni siquiera desaceleraron su crecimiento.
Colaboran también en la creación de expectativas inflacionarias las consultoras, que durante el período 2016-2019 siempre subestimaron la inflación, pero a partir de enero de 2020 la sobrestimaron sistemáticamente. Por último, ciertos importantes actores políticos y mediáticos también suelen contribuir para acelerar las expectativas inflacionarias, produciendo ese mentado fenómeno de la profecía que se cumple a sí misma.
2) La reacción visceral contra los controles de precios de los grupos económicos concentrados: el temor a que el gobierno amplíe o profundice los controles de precios, o la mera convocatoria de las autoridades para hablar del tema, produciría también aumentos preventivos, de manera de llegar a la situación tan aborrecida con un colchón extra de rentabilidad.
3) Por último, tal vez el disparador más importante de esta aceleración inflacionaria haya sido la recuperación de la demanda que operó gradualmente desde mediados del año pasado. Teniendo Argentina una capacidad ociosa industrial de alrededor del 40%, el incremento de la demanda debiera haber sido el motor para una reactivación, en la que las empresas aumentan sus ganancias no sólo por el incremento de sus ventas, sino también porque, al dividir sus gastos fijos por mayor cantidad de unidades vendidas, crece la tasa de ganancia, es decir, la utilidad sobre cada unidad producida. No obstante, parece que con todo eso no alcanza, y el aumento de la demanda en muchos casos es un disparador para el incremento injustificado de los precios, con lo cual no sólo se acelera la inflación, sino que la economía crece mucho menos. Los costos medios no bajan, porque las empresas no aumentan sustancialmente su producción, y nadie progresa, tampoco los oferentes concentrados que irresponsablemente impulsaron la inflación, porque con ese comportamiento irracional ni siquiera logran mejorar su ya óptima posición relativa. Sería una especie de “reflejo de Pavlov” del empresariado argentino.
La alta concentración que caracteriza a la oferta en el mercado local, muy especialmente en artículos de primera necesidad, como alimentos, productos de limpieza e higiene personal, no produce inflación por sí misma. Pero en el corto plazo, cuando las empresas concentradas incrementan los precios más allá de toda lógica económica, la inflación se acelera, y su comportamiento arbitrario no es sancionado por el mercado, justamente por su carácter de oferentes oligopólicos, es decir, porque no tienen una competencia con volumen suficiente para quitarles participación en el mercado. Hace falta, entonces, una actuación racional de todos los actores, como la que el gobierno nacional impulsa en estos días; si eso no se logra, el país quedará atrapado en la inflación y el estancamiento.
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